…….lo decía mi tío José María……. la fiesta es siempre un espectáculo y, como tal, tiene su público. Pero en el mundo de los toros hay un tipo peculiar de público, los “aficionados” y que en realidad es una minoría con respecto al conjunto al conjunto de asistentes a las corridas de toros.
El aficionado vive la Fiesta no sólo a través de los medios, sino de toda una seria de actividades culturales y creativas que esta genera. Asiste a tertulias, forma parte de peñas, es lector de revistas especializadas y de libros de temas taurinos; gusta de asistir al campo a todas las faenas de preparación del toro….es decir, está en contacto permanente con el desarrollo de la Tauromaquia.
Como en todo, hay grados de afición. Esto de los toros tiene mucho de religión y los que han sido señalados con la gracia de la fe viven como verdaderos creyentes, eso sí, con mayor o menor grado de práctica.
Puede haber muy buenos aficionados que no sean entendidos, es más, hay que desconfiar de los demasiado enterados, de los que pontifican y parecen saberlo todo. La característica esencial del buen aficionado es el respeto, respeto por todo lo que rodea la Fiesta, por el animal, por las tradiciones, por las costumbres y sobre todo por los toreros.
La frontera entre el verdadero y falso aficionado puede ser muy sutil; el buen aficionado es crítico, sufre con los males y las corruptelas que sedan en la Fiesta; el mal aficionado parece que solo ve defectos y desviaciones.
Los toreros, teóricamente los únicos entendidos, reconocen y respetan el aficionado; saben que constituyen uno de los pilares de la Fiesta y su espeto mutuo se manifiesta en múltiples formas de cortesía. Puede ser que un torero cuya categoría en la profesión nadie la discute, sea considerado entre sus compañeros un mal aficionado, mientras que otro, muy lejos de ser figura del toreo, sea valorado por todos como un gran aficionado.
El aficionado pues, actúa de levadura en la masa, es el mediador entre el artista y el público en general del que el aficionado forma parte.